Un análisis introspectivo de mis perspectivas sociopolíticas y económicas a medida que el año se transforma de 2021 a 2022
O tal vez, … ¡simplemente otra diatriba demasiadamente larga!

Comparto mi traducción de un artículo inicialmente en inglés y dirigido hacia estadounidenses pero que creo también tiene mucha aplicación para nosotros los colombianos. Sé que esto es largo, pero toca temas esenciales para entender aspectos estructurales de la política sin los cuales es difícil evitar ser engañados. Ojala los lectores lo puedan aguantar. De antemano, pido disculpas por los muchos errores gramáticos y de ortografía que son probables en este intento ya que lastimosamente para mí, el castellano no es el idioma en el cual mejor funciono (aunque mucho lo amo y lo admiro).
A un nivel muy personal e íntimo, 2021 fue un éxito para mí. De alguna manera sobreviví. Probablemente lo mismo fue cierto para muchas personas, quizás para la mayoría, a pesar de todos los obstáculos que se pusieron en juego para que quienes estaban en el poder mantuvieran su control sin restricciones. Ellos cuentan con eso: manténganos al menos apenas satisfechos con nuestros lotes y asustados por las crisis fabricadas y nos quejaremos pero nos mantendremos en línea. Pero en 2021, casi llegaron demasiado lejos, patinando imprudentemente sobre hielo delgado. Desafortunadamente para nosotros, para ellos eso significa que hicieron un gran trabajo. El hielo aparentemente se mantuvo.
Sus principales herramientas en los Estados Unidos esta última vez fueron:
· La generación de histeria por las protestas políticas del 6 de enero, caracterizadas como una insurrección a la escala de la Guerra Civil y comparable al terrorismo relacionado con los atentados del 11 de septiembre de 2001 e incluso, al ataque japonés a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1946. Hasta cierto punto tales comparaciones son válidas, todas distorsionan la realidad, ignorando las razones por las que tales hechos sucedieron y, en su lugar, fabricando nobles causas ficcionales; y
· La pandemia de Covid 19, el aislamiento y las limitaciones económicas asociadas, y, especialmente, la falsa eficacia preventiva atribuida a las supuestas vacunas y el ostracismo que se intenta imponer a quienes se oponen a ellas.
Cada una de esas herramientas se amplificó gracias a los medios corporativos de comunicación y las plataformas de Internet que lograron polarizarnos más que nunca, permitiendo que quienes nos gobiernan se enriquezcan y se empoderen masivamente mientras nosotros nos mantenemos ocupados discutiendo unos a otros: una población polarizada pero irónicamente, una población dócil en cuanto a quienes nos controlan, fácil de confundir y manipular. Una alegoría para 2021 podría haber sido una gran manada de perros que perseguían y mordían sus propias colas, cada uno corriendo en círculos inútiles mientras sus cuidadores se reían a carcajadas.
Si bien ha resultado agotador (como en el caso de la quijotesca lucha contra los molinos de viento), durante muchos años he tratado de aclarar qué son los verdaderos progresistas e izquierdistas, qué es lo que definitivamente no abrazan, y que el Partido Demócrata de los Estados Unidos no es ni liberal ni progresista ni izquierdista (a pesar de que demasiados que comparten esas perspectivas están perpetuamente atrapados allí, girando sus ruedas furiosamente en la vana aspiración de lograr un “cambio desde adentro”). A medida que el año pasa de 2021 a 2022, una vez más compartiré de manera masoquista ciertas premisas importantes para mi filosofía política personal, una mezcla entre el socialismo democrático y el libertarismo, sabiendo que, suponiendo que mis puntos de vista no sean censurados, serán trolleados y distorsionados y luego, como deformados, ridiculizados por los zombis-ambulantes-tontos (es decir, los supuestos seguidores de la cultura a cancelar, allá denominados los “Woke”).
Aquí va:; …, ¡¡¡una vez más!!!
En primer lugar, mi base fundamental. Mis perspectivas sociopolíticas y económicas se basan en la comprensión de que todo ser humano es a la vez un individuo y un miembro de una serie concéntrica de colectivos que varían desde las relaciones personales con otros individuos hasta la pertenencia en la especie humana en su conjunto. Entre ellos están los diversos niveles del Estado que, para el bien o para el mal, se utilizan como herramientas para mantener a raya nuestra naturaleza individualista. Como consecuencia de ese carácter dual, surgen conflictos que requieren resolución. Dichos conflictos deberían reconciliarse cuando sea posible para que se cumplan las demandas de ambas naturalezas, pero, cuando no puedan reconciliarse, creo que debe prevalecer el interés colectivo. Los libertarios creen lo contrario. Los corruptos creen otra cosa enteramente +++
y esa tercera perspectiva, incoherente y contraproducente, es actualmente el Anillo Único que nos gobierna a todos (metáfora Tolkinesa). Los productores de la antigua serie de televisión “Viaje a las Estrellas (Star Trek)” expresaron bien mi perspectiva colectivista cuando hicieron que su figura ficticia más popular, el Vulcano Spock, afirmara que “las necesidades de los muchos superan las necesidades de los pocos”. Eso es aún más cierto, por supuesto, cuando se trata de las necesidades de los muchos y los caprichos de los pocos privilegiados.
En segundo lugar, sobre la importancia de una mente abierta dispuesta tanto a escuchar como a pontificar y, por lo tanto, a crecer y mejorar. Lo que más admiré del difunto Ross Perot durante su candidatura independiente a la presidencia de los Estados Unidos fue su defensa de su disposición a cambiar de posición en diversos temas. Los medios de comunicación corporativos y la mayoría de los políticos consideran que eso es un anatema, una tontería y un signo de hipocresía y, en muchos casos, tienen razón. Pero el Sr. Perot sabiamente señaló que solo un tonto egoísta no está dispuesto a admitir cuando está equivocado y buscar corregir los errores relacionados. A pesar de mis opiniones firmes actuales (han sido drásticamente diferentes en el pasado), siempre he sentido que una mente abierta conduce al crecimiento (y la transición), por lo que mis perspectivas sociopolíticas y económicas también se basan en la realidad de que casi todas las interacciones políticas y económicas involucran “convenciones” colectivistas pragmáticas (como se describe a continuación) en lugar de “verdades” objetivamente verificables. Esa es la base del “método científico” de investigación, un proceso continuo y un trabajo en progreso que cambia con el contexto y la evoluciona a medida que el tiempo y la experiencia modifican las realidades anteriores, tanto para las ciencias sociales como para las físicas. Curiosamente, esa fue una premisa fundamental en la ideología marxista-hegeliana que involucraba la dialéctica. Las “convenciones” son construcciones sociales creadas y aplicadas a través de nuestras naturalezas colectivas, pero impactadas en su desarrollo por nuestra individualidad, como en Galileo, Newton y Einstein, que revolucionaron creencias previamente sostenidas. Son, en esencia, una solución pragmática a la improbabilidad de probar verdades absolutas basadas en la comprensión de que “la fe sola” no constituye una prueba. Implican un acuerdo colectivista para tratar algo como verdadero porque funciona, por lo menos mientras siga funcionando, algo en lo que se basan tanto las matemáticas como la física. Pero las convenciones pueden ser fácilmente distorsionadas y manipuladas por quienes controlan los mecanismos a través de los cuales intercambiamos información, especialmente a través de las herramientas que la psicología conductista pone a su disposición. En consecuencia, la realidad puede volverse casi imposible de discernir con precisión, especialmente porque aquellos que han acaparado el mercado del poder la manipulan tan fácilmente.+++
Tercero; sobre democracia, libertad, pluralismo y derechos humanos. En el segmento de nuestro planeta que, con fines políticos, hemos denominado arbitrariamente el “Occidente” (un concepto ilusorio en un globo giratorio), pretendemos basar nuestra sociedad en una “democracia representativa participativa” limitada por los “derechos humanos”. Desgraciadamente, estos últimos ni existen ni han existido nunca, ni siquiera como convenciones.
La democracia tiene un significado: el gobierno de la mayoría, pero el significado se ha distorsionado por completo al insistir en que también incluye la libertad y el pluralismo, conceptos totalmente opuestos al gobierno de la mayoría. La libertad es aquello que llevamos dentro y que nadie puede exigirnos que cambiemos, pase lo que pase, y el pluralismo es lo opuesto al gobierno de la mayoría, es el derecho de las minorías a establecer sus propias reglas. Incluso si se le diera al término “democracia” su significado lógico, limitado a la regla de la mayoría, rara vez ha funcionado (quizás nunca) porque se requiere una participación masiva para lograr una mayoría. Mayoría significa más de la mitad, no de aquellos dispuestos a participar, sino de todos los afectados. En el mejor de los casos a veces logramos mayorías de los que participan, que no es una mayoría real, y la mayoría de las veces logramos meras pluralidades, es decir, el mayor número individual aunque la combinación de los opuestos sea mayor. Un ejemplo es un campo de tres candidatos donde el “vencedor” recibe el 35% de los votos y aquellos totalmente opuestos a las perspectivas del vencedor dividen el 65% restante de los votos (la mayoría), con un candidato recibiendo el 33% de los votos y el otro, 32%. Como consecuencia, por ejemplo, en los Estados Unidos, debido a la abstención política, las mayorías rara vez se alcanzan. Los que se abstienen con frecuencia lo hacen porque el sistema político consagrado por la ley otorga a los colectivos en forma de partidos políticos un monopolio virtual en la selección de candidatos y plataformas, ninguno de los cuales les atrae. En consecuencia, el poder lo ostentan los que se oponen a la mayoría desunida de los abstencionistas y el partido o los partidos de oposición. La ilusión de la democracia (su verosimilitud orquestada), es utilizada por los minúsculos grupos que hace tiempo consolidaron el poder real, lo que hoy se conoce como el “Estado Profundo”, para infundir su uso del monopolio de la fuerza letal encarnado en el Estado con aparente legitimidad para “persuadirnos” (más exactamente “forzarnos”) a cumplir con sus objetivos personales, en perjuicio a los nuestros colectivos. Las consecuencias incluyen:
· Conflictos armados fútiles en los que nosotros y nuestras familias sufrimos y ellos se benefician, y los gastos relacionados para mantener ejércitos permanentes equipados con los últimos juguetes tecnológicos.
· Abuso del concepto de propiedad intelectual para generar monopolios contracompetitivos a largo plazo y obligarnos a pagar por productos inferiores, siendo los titulares de tales derechos raramente quienes desarrollaron la propiedad intelectual;
· Control monopólico, frecuentemente a través de la acción del gobierno, sobre la economía, medios de comunicación, transporte, etc.
Los derechos humanos involucran una construcción ilusoria similar, un pábulo enunciado basado en verdades supuestamente tan obvias que se desdeña la necesidad de pruebas (p. ej., la Declaración de Independencia estadounidense cuando “Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas”, escrita por el esclavista Thomas Jefferson) , un argumento basado irónicamente en afirmaciones del empirista John Locke, quien escribió que todos los individuos son iguales en el sentido de que nacen con ciertos derechos naturales “inalienables” evidentes (y por lo tanto exentos de requisitos de prueba) (es decir, derechos que son dados por Dios y nunca pueden ser quitados ni siquiera regalados, entre los cuales están “la vida, la libertad y la propiedad”). Otros filósofos empiristas, incluido David Hume, posteriormente demolieron dicho argumento al señalar que nada era demasiado obvio para eliminar la necesidad de una prueba, y luego ilustraron por qué era así. En cambio, Hume argumentó (como se mencionó anteriormente) que la verdad absoluta siendo imposible de probar, los humanos utilizamos el concepto de “convenciones”, acuerdos para tratar ciertos postulados como verdaderos porque hacerlo es conveniente hasta que se demuestre lo contrario.
Mis perspectivas sociopolíticas y económicas con respecto al concepto de los llamados derechos se basan en la creencia más realista de que el concepto ilusorio de los derechos debería convertirse en una realidad, pero que para lograrlo primero tenemos que reconocer que, si bien tendemos a adorar el concepto de los derechos, como hacemos con nuestras religiones, ambas son meras construcciones colectivas que más honramos en la brecha. Esto se debe a que, si bien los derechos son supuestamente inherentes en lugar de otorgados y, por lo tanto, necesariamente incondicionales, todas las interacciones que involucran dicho concepto son de hecho condicionales (muchas de esas condiciones siendo no solo razonables sino necesarias) y, por lo tanto, ninguna es inherente, aunque deseemos que lo fueran. . Todas son meras promesas condicionales del Estado y ahora, también de la comunidad internacional. Por lo tanto, más que inherentes, son promesas otorgadas desde arriba, ya sea de abstenerse de actuar o prometer actuar, si se cumplen ciertas condiciones, y si tal inacción o las acciones son convenientes en un momento dado. Si bien los llamados “derechos de primera generación” implicaron restricciones a la acción del Estado que no tienen costo[1], todas las generaciones posteriores de derechos no solo son costosas, sino que requieren la acción no solo del Estado sino de todos y, a veces, más recientemente, acción por la misma naturaleza y el universo. Si bien es loable, ninguna puede, de hecho, garantizarse. Las “garantías” (otro concepto ilusorio) de lo que llamamos derechos son imposibles, por lo cual, todos los supuestos “derechos” se violan con más frecuencia que se respetan. Eso es especialmente cierto cuando el concepto de derechos se amplía a acciones positivas como vivienda digna, salarios dignos, acceso a la atención médica, acceso a la educación, un medio ambiente saludable y sostenible y la paz. En consecuencia, los supuestos “derechos” son meramente engaños aspiracionales; meros objetivos sociopolíticos y económicos que deberían ser prioridades gubernamentales pero que generalmente se ignoran, lo que genera descontento popular y pérdida de fe en las estructuras de gobierno comunal. Que se encarnen en la cúspide de las constituciones no las hace más reales.
Cuarto, sobre las constituciones. Entonces, … sobre las constituciones, las normas de más alto nivel del país… A menos que no lo sean.
En el mejor sentido, las constituciones son las convenciones colectivas que usamos para tratar de reconciliar conceptos opuestos al priorizarlos en diferentes contextos para obtener lo mejor que cada uno tiene para ofrecer. Lo hacen estableciendo órganos para el gobierno colectivo y detallando las líneas generales de cómo se supone que deben operar, limitando la autoridad de las mayorías y estableciendo prioridades en las que los gobernados tienen derecho a confiar, si cumplen con las condiciones designadas. Sin embargo, a pesar del uso constante de supuestas “garantías”, de hecho no garantizan nada, ni siquiera si sus autores realmente lo desearan. Peor aún, una vez que se utilizan las constituciones para centralizar el poder, se vuelve casi imposible obligar su ejercicio apropiado a través de medios constitucionales. Como en el caso de las religiones y los textos sagrados, las garantías constitucionales con demasiada frecuencia se vuelven ajenas en la práctica. Siendo meras construcciones sociales, las constituciones, per se, no son inherentemente buenas ni inherentemente malas. De hecho, en lugar de ser la cristalización de normas en las que insiste la población, es decir, normas que se filtran desde abajo, casi siempre son construcciones impuestas desde arriba diseñadas para mantener a las élites económicas en el poder a través del engaño con promesas ilusorias de democracia, que rara vez se cumplen.
Las constituciones son mal comprendidas, incluso por académicos y juristas, con demasiada frecuencia porque están empapadas de propaganda. Por lo tanto, en el “Occidente” supuestamente liberal, muchos afirman que sin una “división de poderes”, una carta nacional no puede denominarse propiamente una constitución. Lo mismo es supuestamente cierto acerca de una constitución que no “garantiza” específicamente los derechos humanos. Para usar un término en ingles apropiado aunque anacrónico, ¡”balderdash”! La división de poderes fue un concepto del siglo XVIII diseñado para evitar el gobierno autoritario al dividir el poder político en tres ramas supuestamente iguales (ejecutivo, legislativo y judicial) e insistiendo en que ninguna persona o institución podía ejercer más de uno de ellos a la vez. A lo largo de los siglos han surgido varias ramas adicionales, sobre todo el poder de revisión constitucional, el poder de regular las elecciones y el poder de controlar la corrupción gubernamental, pero en muchos países (por ejemplo, los Estados Unidos), todos están subsumidos entre las tres ramas tradicionales.
La división de funciones es un concepto ligeramente similar, aunque muy diferente. Reconoce, en esencia, que el poder del gobierno tiene tres sabores, pero no prohíbe que se mezclen en una sola persona o institución. Históricamente, la fusión de los tres sabores en una sola persona o entidad se ha denominado “dictadura”, pero no se ha visto de manera universal o histórica como algo negativo, sino que es una forma de gobierno altamente eficiente y muy útil en situaciones de emergencia. Incluso las dictaduras con el poder conferido a una sola persona (por ejemplo, Arabia Saudita) respetan la División de Funciones con poder delegado administrativamente a subordinados.
Si bien la mayoría de los sistemas parlamentarios (Westminster) afirman honrar la doctrina de la división de poderes, ninguno lo hace, ya que las funciones legislativas y ejecutivas se derivan del parlamento, del cual se selecciona el ejecutivo y sirve a la voluntad de la mayoría parlamentaria, y en algunos casos, el poder judicial supremo, así como el poder de revisión constitucional, también recae en el parlamento. El Reino Unido es un ejemplo, al igual que Israel, aunque ninguno de los dos tiene constituciones formales incorporadas en una carta suprema escrita. Los sistemas presidenciales, como el establecido por la Constitución de los Estados Unidos de 1787–1789, dan fe a la doctrina de la separación de poderes, pero, a través de enormes lagunas denominadas “controles y equilibrios” y el poder de emitir “decretos” administrativos, crean más sistema un híbrido incoherente que en la práctica centraliza el poder en el ejecutivo.
Ni la división de poderes, ni la división de funciones, ni la dictadura tienen que ver con la “democracia”, en el sentido de gobierno universal participativo dirigido por la mayoría, el cual se ocupa únicamente de cómo se elige a los que gobiernan. Los nazis de Adolf Hitler fueron empoderados inicialmente a través de elecciones democráticas, mientras que la Unión liderada por Abraham Lincoln no lo fue ya que el fue un presidente de minoría. Por supuesto, ambos fueron dictadores. De hecho, la mayoría de los gobiernos se identifican como democracias e insisten en que sus opositores, los cuales también se identifican como democracias, lo hacen de manera deshonesta. Curiosamente, los principales bloques en conflicto todos tienen la razón. En realidad, por varias razones. En primer lugar, no existe una constitución verdaderamente democrática en ninguna parte del mundo, por lo cual todos los que critican a sus adversarios tienen la mitad de la razón. Pero el tema decisorio implica una mala interpretación que, como se indicó anteriormente, en “Occidente”, fusiona los conceptos contradictorios de libertad y gobierno de la mayoría. Por lo tanto, para los académicos constitucionales “occidentales”, las constituciones de, por ejemplo, los estados socialistas, carecen de garantías libertarias y, por lo tanto, no son “democráticas”. Por el contrario y de manera más precisa, los académicos constitucionales en los estados socialistas enfatizan que, de hecho, tienen una participación mucho mayor de sus ciudadanos en las elecciones, generalmente por encima del 90%, y que se requieren mayorías reales de todos los votantes elegibles, aunque tal participación es obligatoria. Los académicos occidentales responden que los candidatos en los estados socialistas son tanteados previamente, pero los académicos socialistas argumentan que los partidos políticos en Occidente cumplen la misma función. Aparentemente, lo único seguro es que los sistemas electorales en todas partes sirven para privar al electorado de una voz significativa en la selección de candidatos, de ahí mi afirmación de que la democracia no existe en ninguna parte. Sin embargo, sin perjuicio a la realidad que en la práctica no existan constituciones verdaderamente democráticas, ni constituciones libertarias, ni pluralistas, ni equitativas, ni que “garanticen” los derechos humanos, siguen siendo fundamentales como medio a través del cual se priorizan conceptos opuestos, aunque de manera disfuncional; se establece la naturaleza orgánica del gobierno; y, la manera en que los encargados del poder de gobernar son, al menos formalmente, seleccionados.
Realidades deprimentes, lo sé. Los verdaderos progresistas e izquierdistas reconocen que, como en el caso del concepto ilusorio de derechos, el concepto de constituciones implica una estructura potencialmente útil para reconciliar intereses en conflicto y, por lo tanto, útil, de hecho necesaria, para alcanzar objetivos sociopolíticos y económicos progresistas e izquierdistas. Desgraciadamente, las constituciones son más que nada obras de arte con hermosas perogrulladas, como el “poder constituyente” y las fuentes de autoridad constitucional basadas en el Pueblo o la Nación y el “consentimiento de los gobernados” y el “gobierno representativo”, pero poco más. Por supuesto, las constituciones podrían cumplir funciones pragmáticas extremadamente útiles… teóricamente. Los progresistas y los izquierdistas reconocen que los conceptos de gobierno de la mayoría, libertad y derechos de las minorías son antagónicos y contradictorios y, por lo tanto, difíciles de implementar al mismo tiempo, pero que todos son deseables y, por lo tanto, requieren normas supremas reales en forma de constituciones para proporcionar un mecanismo para priorizar tales conceptos en instancias específicas como un medio para resolver sus contradicciones inherentes, y que tales mecanismos implican el desarrollo y la implementación de políticas, políticas que deben evolucionar con el tiempo para reflejar las circunstancias cambiantes y que pueden diferir según los valores geográficos y las tradiciones culturales.
Quinto, sobre políticas.
Personalmente, veo inmensos valores en dos escuelas de pensamiento político en conflicto, el socialismo democrático y el libertarismo, algo que creo que caracteriza a los verdaderos izquierdistas y verdaderos progresistas. A partir de una síntesis de tales perspectivas, hay una serie de políticas que personalmente apoyo actualmente y que creo que deberían ser implementadas a través del colectivo que llamamos “el Estado” bajo los mecanismos que llamamos gobierno. Estos incluyen, entre otros: educación gratuita en todos los niveles; atención médica gratuita; seguro gratuito contra riesgos inevitables; igualdad de oportunidades; la libertad en contra de discriminación por motivos de género, raza, religión o etnia; un ingreso mínimo garantizado adecuado para satisfacer las necesidades básicas de alimentación, vestido y vivienda; libertad de expresión, aunque uno sea equivocado; igualdad de derechos a la participación política; protección de la integridad personal frente a agresiones; un sistema funcional de justicia y resolución de conflictos; y eliminación de la corrupción en cualquier nivel. Desafortunadamente para los estadounidenses, el Partido Demócrata en los Estados Unidos, aunque aparentemente apoya esas políticas, solo las manipula de una manera que, en lugar de conducir a su implementación, nos polariza a todos mediante el uso del ridículo, la vergüenza de la virtud y la coerción, todo en una búsqueda de dominio político.
A pesar de las afirmaciones del Partido Demócrata estadounidense y los medios de comunicación corporativos, los verdaderos progresistas e izquierdistas no apoyan la censura, ya sea por parte de los gobiernos o de los monopolios privados, ni apoyamos la política de identidad divisiva ni de cancelación de la cultura con la cual no estamos de acuerdo. Rechazamos los intentos de novelar la historia más de lo que ya está torturada mediante la destrucción de sus monumentos del mismo modo que siempre nos hemos opuesto a la quema de libros. Ciertamente, no apoyamos la impunidad en ningún nivel, incluida la impunidad que ahora disfrutan los supuestos periodistas que lanzan propaganda en lugar de noticias, y la impunidad que disfrutan los funcionarios gubernamentales en cualquier nivel, incluidos el poder judicial, el legislativo, el ejecutivo, el ejército o la policía. Si bien creemos que debemos ser libres para actuar, también creemos que todos debemos ser responsables de las consecuencias de nuestras acciones. No creemos que las reacciones correctivas a las conductas ilícitas deben ser punitivas sino reparadoras, correctivas y no más dañinas para el infractor de lo necesario, y que una vez cumplidas las acciones correctivas exigidas, el infractor debe ser totalmente restaurado incondicionalmente a su pleno estatus como miembro del colectivo implicado.
Sexto, en la constatación de que no todas las soluciones pasan por la acción del Estado. Como verdadero progresista e izquierdista, busco reconciliar los objetivos libertarios y colectivos priorizando la intervención no estatal, reconociendo que la resolución de la mayoría de los conflictos no debe involucrar el poder coercitivo del Estado. Por lo tanto, muchos problemas serios y preocupantes no tendrán soluciones genéricas, sino que deben dejarse a la interacción individual y colectiva específica. Dichos temas incluyen decisiones médicas que involucran nuestros propios cuerpos, como el aborto y la vacunación contra enfermedades pandémicas, donde ninguna respuesta parece adecuada para todos; temas como la mayoría de los aspectos de las prácticas sexuales consentidas o el uso de intoxicantes y drogas recreativas; problemas relacionados con asociaciones íntimas consensuadas entre adultos mentalmente competentes; cuestiones relacionadas con la crianza y la educación de los niños. Esas cuestiones deben abordarse individualmente o por colectivos no gubernamentales como son las familias, las religiones, las filosofías y otras agrupaciones voluntarias.
Séptimo, sobre la importancia de la tolerancia y la empatía. Como verdadero progresista e izquierdista, reconozco que todo lo anterior implica un experimento permanente y un estado de transición permanente, con demasiada frecuencia inquietante e incómodo y que, como en el caso de la evolución en la naturaleza, nuestras interacciones individuales y colectivas a veces resultan en aberraciones negativas que requieren corrección, que la transición es esencial en un entorno no estático como el que existe en el medio humano. Creo que mucho de lo anterior no refleja perspectivas exclusivas de la izquierda y de los progresistas sino que se comparte entre personas de buena fe con perspectivas diversas. Creo que la gran mayoría de las personas en todas partes compartimos objetivos comunes: queremos ser felices, sanos y seguros, y queremos tomar nuestras propias decisiones sin ser objeto de burlas y calumnias. Ser libres de decir y hacer lo que queramos, entendiendo que nuestra libertad y autonomía tiene límites cuando impacta negativamente a otros. Si no fuera por los esfuerzos exitosos para dividirnos y polarizarnos, la mayoría de nosotros estamos opuestos a soluciones autoritarias y totalitarias permanentes, especialmente dadas la naturaleza no absoluta y transitoria de las convenciones colectivas. Las convenciones colectivas solo funcionan cuando existe una adecuada comunicación, transparencia y honestidad en un marco empático basado en el respeto mutuo, y el respeto al derecho de los demás a tener y expresar opiniones contrarias.
Si bien en muchos casos, por diversas razones, todos llegamos a conclusiones incorrectas sobre cuestiones importantes relacionadas con la forma en que alcanzamos objetivos compartidos, es muy raro que alguien altere los puntos de vista erróneos porque están siendo despreciados. Todo lo que hacen el desprecio y el ridículo es disuadir a las personas de compartir abierta y honestamente sus creencias, lo que hace improbable un diálogo efectivo. Gran parte de la polarización social y política actual se debe a la falta de empatía y comprensión de las perspectivas de los demás. Somos demasiado insistentes en ser escuchados mientras no estamos preparados para escuchar con la mente abierta y, en eso, demasiado fácilmente manipulados por aquellos para quienes nuestra confusión y polarización son herramientas demasiado útiles.
En conclusión, algo como lo siguiente:
Entonces,… un poco demasiado largo (lo sé) y quizás se olvide fácilmente en medio de la avalancha de noticias verdaderamente falsas desde todas direcciones y los opiáceos con los que nos distraen para evitar que tomemos medidas correctivas significativas, opiáceos que no solo incluyen la religión organizada sino también deportes y televisión y películas de acción y videojuegos y nuestras mascotas y nuestras manías y otras distracciones, les dejo a todos con este regalo algo inapropiado y, seguro que no será apreciado, algo así como ropa interior y pañuelos en Navidad/Chanukah/Kwanza, etc.: útiles pero no tan divertidos.
Cosas a tener en cuenta ya que nuestro calendario artificial vuelve a girar tras otro año muy desagradable y poco productivo.
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© Guillermo Calvo Mahé; Manizales, 2022; todos derechos reservados. Permiso para compartir con atribución.
Guillermo Calvo Mahé es escritor, comentarista político y académico residente en la República de Colombia. Aspira ser poeta y a veces se lo cree. Hasta el 2017 coordinaba los programas de Ciencia Política, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Manizales. Tiene títulos académicos en ciencias políticas, derecho, estudios jurídicos internacionales y estudios de lingüística y traducción. Puede ser contactado en guillermo.calvo.mahe@gmail.com y gran parte de su escritura está disponible a través de su blog en www.guillermocalvo.com.
[1] Libertad de expresión, de religión, de asociación y reunión, etc., los llamados derechos políticos. Cabe destacar que el derecho a la participación política no figuraba entre tales derechos (ver, por ejemplo, la Constitución de los Estados Unidos en su versión original y su subsecuente Carta de Derechos), a pesar de que la Revolución Americana supuestamente se dio a causa de “impuestos sin representación”.